Apologia del grec

Platja de Navaio, a l´illa de Zakinthos (Grècia)

Aquesta és una entrada que pretén fer-vos reflexionar sobre la importància d´estudiar una llengua tan important per a nosaltres com és el grec clàssic. L´he trobat al bloc El canto de Orfeo (meravellosa fotografia inclosa), tot i que la van publicar inicialment al febrer de 2009 al bloc De viaje a Ítaca. Espero que us agradi i que comenteu què us ha semblat.

¡Oye! ¿Tú qué estudias? – Yo, griego.
¿Y eso se da en el instituto? ¿Para qué sirve?
¡Qué hipócrita, idiota, analfabeto y algo antipático!

¿Qué se le puede contestar a esta persona? La verdad que el griego no sirve para hacer un periódico ni para fabricar teléfonos ni tan sólo un microchip. No es útil a la tecnología.

Si uno va a hacer economía, pues tampoco le va a servir a la hora de estudiar microeconomía o macroeconomía ni en las operaciones matemáticas siquiera. A ver, ¿cómo utilizar el griego para calcular la hipotenusa o una hipérbola o para encontrar las paralelas en una gráfica? Por tanto, en las matemáticas nada de nada, aunque sí que utilizan el número π. ¡Ya ves, sólo una letra!
Tampoco sirve para mirar por un microscopio y poder visualizar perfectamente los microorganismos ni para elaborar antibióticos para las bacterias. Entonces, ¿tampoco sirve para la biología? ¿Y para la medicina? ¿Le sirve a un ginecólogo, cuando va a realizar una ecografía o cuando diagnostica que una mujer ya está en edad de la menopausia? ¿Y cuando se está en un quirófano? ¡Oye, cronometra el ritmo cardiaco, que no sufra ninguna arritmia! Me han dicho que este hombre es hemofílico. ¿Y a un pediatra o a un oftalmólogo? ¿Tal vez un logopeda, cuando intenta corregir una dislexia? Creo que no, pero es que tampoco para las enfermedades: megalocardia, hepatitis, hipoglucemia, artritis reumatoide, metrorragia, pero es que ni siquiera para curar una hemorragia, ni un catarro, qué decir de una diarrea, pero ni siquiera una simple cefalea.

Cuando paseo por la calle de esta gran metrópolis, ¡qué escándalo!, me fijo en diversos elementos por si el griego está en algo. Miro los automóviles, el semáforo, las plantas en plena fotosíntesis para crear la clorofila. Nada. Llego a casa, cojo un libro de mi biblioteca personal y me pongo a leer un rato, porque ya estoy cansado de este diálogo con mi alter ego, pero sin pretender ser un egocéntrico. ¿Una lectura sobre la teoría heliocentrista? ¿Tal vez algo de antropología o filosofía? Mejor una lectura fantástica con androides o una novela policiaca. Pero cae, finalmente, en mis manos un libro de historia. La verdad es que me encantan los cuadros diacrónicos.

Empiezo a leer, aunque no me puedo quitar el griego de la cabeza. Cojo un fósforo para encender una lámpara de aceite; luego, busco un bolígrafo. No, no. Mejor un fosforito para señalar algunas palabras: paleolítico, neolítico, politeísmo, teocentrismo, heliocentrismo, autonomía, agronomía. ¡Puf! Ya estoy cansado. Enciendo la televisión. ¡A ver si hacen algún programa interesante! Nada. Uno sobre políglotas y otro en el que están en un zoológico.

¡Ostras! Me acabo de dar cuenta de algo: ¿qué queda si no existiera el griego? Una serie de palabras sin sentido.