A "El racó de pensar" es pregunten què tenen els mites per tornar-hi una vegada i una altra. A més, revisen "Penèlope", una mirada contemporània que reinterpreta i subverteix el
mite. En parlen amb Xavier Antich, professor de Filosofia a la Universitat de Girona
(UdG), i Eva Vila, directora de cine i autora de la pel·lícula
"Penèlope". A propòsit del que vam parlar l'altre dia a classe sobre aquesta heroïna sovint poc reconeguda com a tal o, si més no, més coneguda com a "l'esposa d'Ulisses", què us ha semblat aquest àudio tan interessant del programa d'avui?
I vosaltres, què en penseu sobre l'afirmació "què tenen els mites per tornar-hi una vegada i una altra"? Hi esteu d'acord? Per què? P.S: què us semblaria organitzar una sortida al cinema -εκτός προγράμματος!- per veure la cinta d'Eva Vila? Algú s'hi apunta?
"Príam suplica a Aquil·les el retorn del cadàver del seu fill Hèctor", Alexander Ivanov (1824)
A un dia de començar el nou curs, dono voltes als arguments que reivindiquen la presència dels clàssics a les aules de secundària. Encara que molts no ho vegin -o no ho vulguin veure- son arreu (els arguments, vull dir). Tindrem temps de parlar-ne al llarg d'aquests mesos, aquí i a l'aula, amb els autèntics protagonistes, els alumnes, perquè són ells qui més ho han de valorar i reflexionar. Mentrestant, serveixi com a exemple il·lustratiu d'aquesta connexió entre el passat i el present a través del pont dels clàssics a què em referia, un article aparegut fa dos dies al diari EL PAÍS. La seva lectura pot ser -n'estic segur- ben eloqüent i, per tant, amb això començarem enguany.
"Hay una escena de la Ilíada, ubicada casi al final
del libro, en la que Príamo, rey de los troyanos, acude a Aquiles a escondidas
para que le entregue el cadáver de su hijo Héctor, “matador de hombres”, y
poder darle así digna sepultura. Nada podía unir menos a estos dos hombres. Uno
había asesinado a su hijo, y el otro, ni más ni menos que el jefe de sus
enemigos, era además el padre de quien acabó con la vida de su queridísimo
amigo Patroclo. Sorprende, por tanto, que Aquiles, famoso por sus ataques de
cólera, no solo no lo liquidara al instante, sino que incluso accediera a entregarle
el cadáver. Es el conmovedor instante en el que ambos caen en la cuenta de su
común humanidad, que los vínculos que establece su dolor compartido y su
condición de mortales son más fuertes que el implacable destino que les obliga
a enfrentarse. Irónicamente, un libro destinado a glorificar al vencedor de una
guerra acaba mostrando la infinita inutilidad de esta, y cómo ese dolor tan
primario une más al final que cualquier adscripción partidista.
Por alguna razón que seguramente se arraiga en el
recuerdo de mis torpes intentos por desentrañar el texto de Homero en el
colegio, no he podido evitar una conexión entre esa escena y el vídeo de los
dos viejos excombatientes de la guerra civil. Y es extraño, porque nuestra
guerra carece de toda épica, en ella no hay nada heroico que narrar. Con la
guerra de Troya solo tiene en común ese enorme desperdicio de vidas humanas que
se esconde detrás de toda contienda bélica, y cómo gente anónima como nuestros
dos ancianos se ven arrastrados a participar en la masacre. Pero su gesto de
reconciliación muestra un asombroso paralelismo con aquella situación.
En cierto sentido, la Transición fue también un
momento priámico-aquilineo, un intento por buscar ese punto de encuentro.
Quedan todavía muchos caídos en las cunetas que, como Héctor, esperan digna
sepultura, pero al menos conseguimos superar la dinámica de vencedores y
vencidos. Por eso extraña que Podemos siga manteniendo abierta la herida del
enfrentamiento civil, insista en negar que viejos contendientes puedan darse la
mano y regocijarse de que sus nietos escaparan a esos antagonismos
destructivos.
No hay nada intrínsecamente malo en repolitizarlo
todo o en preferir políticas de confrontación en vez de políticas de consenso,
algo que además no se corresponde con lo que de hecho viene practicando. Homero
era bien consciente también de que aquella unión entre los dos contendientes
era un hecho aislado en la guerra infinita. Pero algo hemos avanzado desde
entonces. Ahora la sublimamos a través de la pacífica confrontación dialéctica.
Por eso nuestra Transición se nutrió de esos dos elementos que H. Arendt
consideraba esenciales para una vida común exitosa: el perdón y la promesa. El
perdón ayuda a sanar las heridas del pasado; la promesa asienta los pilares
sobre los que construimos el futuro. ¡Parece mentira que haya que volver a
Homero para acabar de entenderlo!" (Fernando Vallespín)